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Este microlibro es un resumen / crítica original basada en el libro:
Disponible para: Lectura online, lectura en nuestras apps para iPhone/Android y envío por PDF/EPUB/MOBI a Amazon Kindle.
ISBN: 9789723610604
Editorial: Ediciones La parte maldita
África siempre ha sido un territorio enigmático para muchos. En este libro, el periodista argentino Fernando Duclos —conocido como Periodistán en Twitter— relata historias que vivenció durante su viaje por el continente.
En los próximos minutos podrás conocer curiosidades e información sobre las culturas y costumbres de estos países, que alimentarán aún más tu interés por “el continente olvidado”.
¡Anímate a emprender esta travesía!
Etiopía es uno de los dos países africanos que jamás fueron colonizados por Europa. El otro es Liberia. Los italianos quisieron invadir Etiopía dos veces y nunca lo lograron. La primera fueron derrotados, y la segunda, al mando de Mussolini, pensaron que habían ganado, pero a los cinco años ya estaban otra vez muy lejos.
Ese es el principal orgullo de los etíopes. Y por eso es que hoy, en esta nación que antes se llamaba Abisinia, no se habla ninguna lengua de los conquistadores: el amárico, el tigriña y el oromo son los tres idiomas oficiales.
Los mejores corredores del mundo salieron de Bokoji, un pueblo pequeñísimo perdido en el Valle del Arsi, en la región Oromo del Sur del país. Fernando lo visitó y terminó comiendo con la familia de Kenenisa Bekele, un corredor de mucho renombre que el autor solía ver en la TV marcando siempre un nuevo récord mundial.
Los saludos son muy importantes allí y los más usados son tres. El inicial es Salam, que significa “Hola” en amárico. El segundo es Ciao, usado para despedirse, y cuya referencia al italiano es inequívoca. El tercero, que se utiliza en todo momento, es Peace, “paz” en inglés. En una nación que la pasó muy mal, ese sonido se torna una expresión de deseo.
En Addis Ababa, la capital de Etiopía, la pobreza es extrema. Los indigentes se apiñan y las imágenes son crueles. No hay televisión, internet ni lavarropas. Quedarse en casa es aburrido, y por la ventana se escucha permanentemente el ruido de diálogos. La vida es en la calle.
Hasta el siglo IV antes de Cristo, la religión era animista. Pero entonces, un monje llamado Abbá Salamá, San Frumencio, llegó al país y empezó a difundir la fe cristiana y le fue muy bien.
Pese a que Somalilandia tiene su propia bandera, su presidente, su moneda, sus Fuerzas Armadas, su parlamento y hasta su Constitución, no aparece en los mapas. Ningún Estado del planeta reconoce a la pequeña nación de 3,5 millones de habitantes.
Cuando la independencia de Somalilandia fue autodeclarada y la separación de Somalia se volvió un hecho, jamás volvió a desarrollarse un conflicto bélico en estas tierras.
No consiguen el reconocimiento porque la ONU aún tiene el objetivo de volver a la gran Somalia. Además, porque el mundo teme que un reconocimiento a Somalilandia dé pie a otros intentos separatistas y se termine produciendo una fragmentación del Cuerno de África que pueda extenderse al resto del continente.
Es usual que los somalilandeses consuman khat. Esta es una planta que contiene catina y catinona, dos sustancias psicotrópicas, y que produce un efecto de relajación al mascarla. Además, aman el fútbol: la Premier League inglesa se vive allí como una liga local.
La cultura somalí es históricamente nómade. Al recorrer las rutas del país, a los costados se ven tiendas de campaña hechas con ropas, palos y sogas. Siempre cerquita de esas tiendas, aparecen los camellos. Lo que el animal transporta en su protuberancia es grasa, y gracias a ella logra “refrescar” naturalmente otras partes de su cuerpo.
Además, la carne de los camellos es muy sabrosa, su lana se usa para elaborar textiles y su leche, mucho más nutritiva que la de vaca y rica en Vitaminas B y C, puede alimentar durante varios días a los pastores en sus caravanas.
Al llegar a Shashamane, Etiopía, muchos chicos se acercan pidiendo dinero. Además, se levantan casas bajas rodeadas de árboles, la mayoría pintadas de amarillo, verde y rojo. Se asoman estrellas de Israel, banderas de Jamaica, y hasta un restaurante que vende comida caribeña y se llama Usain Bolt.
La ciudad se divide entre etíopes y jamaiquinos. Pero ser jamaiquino es ser del barrio, no del país. Pese a lo que uno puede suponer, en Shashamane no se puede cultivar marihuana. Se puede fumar en el hogar, pero sin hacer mucho alarde, ya que hay Rastas que terminaron presos por hacerlo.
Desde que los caribeños empezaron a instalarse en Shashamane, y por más que al principio los etíopes los miraban con ojos desconfiados, la convivencia se volvió inevitable. La ideología Rasta trata de estar en armonía con el lugar que habita y eso es lo fundamental.
Ser bautizada capital Rastafari de África y ser el faro para el éxodo negro a sus orígenes atrae al turismo, uno de los principales sostenes económicos de la región. Por eso, intentan vender todo tipo de parafernalia relativa a su ideología.
El norte de Kenia es una zona históricamente conflictiva. Las tribus que habitan allí, nómades que pastorean por el desierto, se pelean todo el tiempo: por un casamiento que no debió ser, por robos de ganado, por cuestiones políticas o simplemente para ver quién es superior. Antes, las peleas eran solo rencillas, ahora se resuelven a los tiros.
Mientras el autor estaba en Kenia, se celebró el cumpleaños número 50 de la región. Este joven país concentra todas sus fuerzas en lograr que las 42 tribus que habitan su territorio sigan conviviendo en forma pacífica.
Hoy hay casamientos entre personas de distintas tribus y en las grandes ciudades, como Nairobi, las diferencias étnicas se van evaporando mientras nace una nueva identidad urbana. Excepto en el norte, no se reportan mayores problemas entre las etnias.
Párrafo aparte merece la fauna de Kenia. Nairobi es la única capital del mundo que contiene un parque nacional. A 30 minutos del centro empieza la sabana y allí uno puede ver leones, leopardos y rinocerontes con el raro fondo de un edificio de 15 pisos.
Además, en las costas de Kenia en especial, y por toda África, el autor reconoce haber visto muchísimos burros. Llevan escombros, comida y productos para vender. Ha visto burros cargando hasta cinco veces su peso, y ahí siguen, sin queja ni relincho.
Fernando Duclos se reconoce un enamorado de Kempala, capital de Uganda, por varios motivos. En primer lugar, con su corazón de periodista, destaca que esparcidos por toda la ciudad hay carteles en los que los principales diarios del país anuncian las noticias del día. Así, uno se va enterando de las novedades mientras camina.
También valora los viveros que hay por todos lados, y que en la calle la gente juega al ludo mientras se compra algo en un puesto de comida, riquísima y barata.
En el sur de Uganda habitan algunos de los últimos gorilas de montaña que quedan en el mundo. El momento de cruzarse con un gigante casi-humano que mira sorprendido, para Duclos, fue fascinante e imposible de olvidar.
Hay en total diez grupos habituados a la presencia humana y, por día, pueden ser visitados durante una hora, por grupos de ocho turistas. No se permite más gente ni más tiempo para no molestar (tanto) a los animales.
Fernando describe como increíble que, con el peso que tienen, con lo enormes que son, tengan tanta facilidad para trepar troncos tan altísimos. Los tuvo a menos de dos metros, mirándolos, viéndolos comer, rascándose, bostezando.
En esta nación convivían y conviven Hutus —agricultores— y Tutsis —pastores—. Son de la misma etnia, solo tienen diferentes “trabajos”. Los Tutsis, apoyados por los belgas, y aunque representan solo un 15% de la población, siempre tuvieron el poder.
Un día la tierra empezó a escasear, alguien tenía que ceder su espacio al otro y, para terminar con el problema, un grupo de ideología extrema Hutu decidió eliminar a todos los Tutsis, y también a los Hutus que se opusieran a ello.
Allí empezó el etnocidio; el mundo miró para otro lado y en 100 días, Hutus organizados en una milicia llamada Interahamwe mataron, con armas, palos, piedras, machetes y martillos a un millón de personas.
A Ruanda le dicen el país de las mil colinas, pero para el autor son millones, por todos lados, y con todas las gamas que existen del verde. Son indescriptiblemente bellas. El país es una mezcla ordenada y pulcra, rara de encontrar en África, entre el desarrollo urbano y la vida rural.
Un favor muy importante que explica el presente de Ruanda es la ayuda extranjera. Cuando el genocidio estalló, Europa no le prestó la suficiente atención y la ONU apenas dejó una reducida fuerza de paz que tenía mandato de no intervenir.
Francia, por su parte, había colaborado con la formación de los Interahamwe y una empresa de ese país era la que les había vendido las armas. El idioma francés, tan asociado a la matanza, fue gradualmente reemplazado por el inglés. La culpa que el primer mundo sintió luego de la masacre fue mucha, y se tradujo en donaciones para el desarrollo.
Para muchas personas, el orden y organización que despliega hoy Kigali (la capital) son un símbolo de un pueblo dormido, que se dejó dominar por un líder que acapara el poder, al mismo tiempo que se recupera del golpe.
La mayoría de la gente pudo perdonar y entender que ante todo son ruandeses, para así superar las diferencias del pasado.
Los paisajes son descritos como increíblemente bellos. No solo por las postales de ensueño que se observan en los parques nacionales y en las reservas. Lo increíble de este país es que en cualquier ruta, uno puede detenerse un segundo, mirar a su alrededor y quedar atónito por la belleza que lo rodea.
Después de los países que lo tienen como idioma oficial, Namibia es la nación del mundo en la que más se habla el portugués.
Himba es una de las tribus más exóticas y a la vez más fotogénicas de África. Viven en el norte, en una región muy seca, las mujeres van con el torso desnudo, y se untan la piel y el pelo con barro para protegerse del sol y los mosquitos.
Para ir a conocerlos existe una especie de “safari humano”, con Himbas que ya tienen practicado su número, y realizan sus danzas típicas y cuentan sus rituales a los turistas. Otra opción es hablar con un guía local y visitar alguna de las comunidades “no turísticas” por una pequeña paga y algunos regalos para los anfitriones.
Muchas personas se desilusionan cuando los Himbas les piden dinero o les quieren vender pulseras. El autor entiende que los Himbas son una tribu muy vistosa para nuestras costumbres, que viven, en gran parte, de lo que los turistas les pueden dar y que, por eso, “explotan” ese exotismo.
Los africanos serán siempre muy solidarios, invitarán a tomar algo, contarán su historia, se reirán con (y de) los turistas, invitarán a jugar al billar y al fútbol, prepararán comida en su casa, y desearán que volvamos, y que contemos al mundo que sus países son de paz y no de guerra.
Pero hay algunas cosas muy importantes, como la vida espiritual, tan vertebradora del día a día, que estará siempre vedada. Y para el autor, no habrá vuelta que darle: será imposible comprender del todo el continente sin tener acceso a ella.
A la hora de visitar otras culturas, el periodista Fernando Duclos nos aconseja deshacernos del lente que traemos con nosotros y destrozar todas nuestras categorías previas. Propone intentar ver y aprender como lo hace un niño que sale al mundo y que no filtra los hechos en el tamiz de los preconceptos.
Al final del itinerario, lo que más valora el autor es el viaje interno, la constante toma de posición en la que uno debe ponerse cuando se encuentra con personas tan diferentes, con situaciones tan contradictorias, tan inesperadas, y sin posible escapatoria.
En “Crónicas africanas”, el autor nos acerca a una zona del mapa que no estamos acostumbrados a visitar ni siquiera en las películas. Descubrirás historias de guerra, de amor, costumbres y tradiciones del continente de los elefantes y las jirafas, los tigres y los chimpancés.
Continúa recorriendo el mundo a través de la lectura con “México bizarro”, del historiador Alejandro Rosas y el periodista Julio Patán, una recopilación de relatos surrealistas de la historia mexicana. Los textos pueden llevar al lector de la indignación a la risa en cuestión de minutos.
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Periodista que trabajó en diversos medios en Argentina. Vivió tres años en Brasil y fue corresponsal para la agencia DPA. En 2014 publicó “Crónicas africanas”, su primer libro. Cuando era adolescente, recorrió el continente latinoamericano, desde Buenos Aires hasta Nicaragua. Más a... (Lea mas)
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